26 de julio de 2009

JOSÉ PEDRONI-Maternidad


MATERNIDAD

Acordándose también el Señor de Raquel,
oyóla e hízola fecunda, la cual concibió y
dio a luz un hijo, diciendo: Quitó Dios
mi oprobio.
(Génesis 30 - 22 y 23)


He aquí que tu dulce palabra ha sido oída
cuando estaba, en la angustia, por no ser repetida.
En tu estupor, dichosa, te tocas sin querer,
y yo, venido a menos, no lo puedo creer.
¡Ah, tú!, bien que en su noche mi fe te entreveía
como la luz del día;
por algo, desde lejos, el viento del destino
me trajo a tu camino.
Yo dije: -Tengo el alma como una piedra dura,
y la piedra, arrojada, cayó en el agua pura.
Lo mismo hubiera sido
que cayera en el polvo del olvido...-
¡Oh, no!, por algo grande tu corazón profundo
con toda mi tristeza me sentía en el mundo;
por algo que era santo mi vida fue esperada,
y la tuya, tan suave, para siempre entregada.

Desde que sé, oh amiga, que llevas el misterio,
tu nombre es la caricia de mi semblante serio;
del corazón me vienen palabras de alabanza,
y las manos me tiemblan ligeras de esperanza-
mis manos, como niños que ríen olvidados
después de haber llorado.
Pienso vivir en calma; deseo ser mas justo;
quiero quererte siempre; y he aquí que otro gusto
le siento al pan del día, que no en vano se besa,
y al agua del aljibe, y al vino de tu mesa.
Tengo los ojos nuevos, y el corazón. Admiro
las cosas más humildes, y te miro y te miro
sin hablar.
¡Oh, todo por el hijo que tengo que esperar!

Esperar...Es tan dulce la espera acompañada
para quien , siempre solo, nunca ha esperado nada.

Todo en la casa es suave; todo en la casa es santo.
Tu canto, lento y fácil, es un sagrado canto.
-Hay un olor de espiga en mis libros leídos
y olor de santidad en tus vestidos.-
Tu andar, por lo que llevas, se ha vuelto silencioso.
Tus ojos se entrecierran en límpido reposo.
Y en todo sitio dejas tu bienquerer ufano,
que se te pierde solo, como arena en la mano.

Oh, sepan los que sufren de lo que yo he sufrido,
cómo mi vida es mansa con lo que se ha cumplido;
cómo el milagro antiguo de Moisés y la roca
inesperadamente se repitió en mi boca;
porque en mi boca, amigos, esta palabra pura
es como el agua clara sobre la piedra obscura.
Oh, sepan los que tienen una tristeza vieja,
cómo el feliz anuncio desbarató mi queja,
y me dejó lo mismo que saco ceniciento
desempolvado al viento.
Oh, sepan los que llevan al cuello desventura,
cómo en un solo día se perdió mi amargura.
Oh, sepan cómo es fuerte mi mano apresurada,
que quiere hacerlo todo, sin saber hacer nada;
cómo mi voz es dulce, después que fue tan grave;
cómo mi amor es simple; cómo mi vida es suave...

Mujer: en un silencio que me sabrá a ternura,
durante nueve lunas crecerá tu cintura;
y en el mes de la siega tendrás color de espiga,
vestirás simplemente y andarás con fatiga.
-El hueco de tu almohada tendrá un olor a nido,
y a vino derramado nuestro mantel tendido.-
Si mi mano te toca,
tu voz,, con la vergüenza, se romperá en tu boca
lo mismo que una copa.
El cielo de tus ojos será cielo nublado.
Tu cuerpo todo entero, como un vaso rajado
que pierde un agua limpia. Tu mirada un rocío.
Tu sonrisa la sombra de un pájaro en el río...

Y un día, un dulce día, quizás un día de fiesta
para el hombre de pala y la mujer de cesta;
el día que las madres y las recién casadas
vienen por los caminos a las misas cantadas;
el día que la moza luce su cara fresca,
y el cargador no carga, y el pescador no pesca...
-tal vez el sol deslumbre; quizá la luna grata
tenga catorce noches y espolvoree plata
sobre la paz del monte; tal vez en el villaje
llueva calladamente; quizá yo esté de viaje...-
Un día, un dulce día, con manso sufrimiento,
te romperás cargada como una rama al viento.
Y será el regocijo
de besarte las manos, y de hallar en el hijo
tu misma frente simple, tu boca, tu mirada,
y un poco de mis ojos, un poco, casi nada...


LUNARIO SANTO

PRIMERA LUNA

Dejando en mi aposento la lámpara encendida
salí sin darme cuenta.
Para mis ojos nuevos era desconocida
la calle polvorienta.

Me llenaba la boca, reseca de pasado,
un cosquilleo innúmero de vino repuntado.

Y hecha energía joven, mi lasitud longeva
se estiraba en mis brazos hacia la luna nueva.

Con la cara contenta,
silbando en la vereda lo encontré a mi vecino:
un buhonero alegre que cuando está de venta
canta por el camino.

Me senté sin palabras, como un hijo, a su lado;
cordialmente le puse la mano sobre el hombro;
y él, viejo inestimado,
se demudó de asombro.

Y aunque nada decía,
con los ojos clavados su pasmo confesaba:
¡ver sonreír al hombre que nunca sonreía!
¡ver a su lado al hombre que no lo saludaba!

Así, bajo la noche, con mutuo regocijo,
nuestra amistad sellamos de aquel extraño modo.
Él todo me lo dijo;
yo se lo dije todo.

Cuando volví dormías. A tu lado, sonriente,
me acosté con el frío que traje del camino.
Y te besé en la frente,
pensando, en mi ventura, que besaba al Destino.



SEGUNDA LUNA

Con el primer ensayo de los grillos
tomé el sendero de continuas vueltas.
Recién cobradas, en mis dos bolsillos
se entrechocaban las monedas sueltas.


Hecha sonrisa por el buen destino,
mi faz contaba una intención traviesa:
llegar a tiempo de comprar el vino
y de poner el pan sobre la mesa.


Salir contigo a recoger la ropa;
bajar contigo las tempranas brevas,
y llenarte una copa y otra copa
con puñaditos de monedas nuevas.


Pero al llegar sin que tu amor me aviste,
ganado el beso de la bienvenida,
te hallé en el lecho demudada y triste
cual si estuvieras por morir vestida.


¡Ah, si algún día en mi habitual regreso,
silbando entrara a nuestra casa abierta,
y al ir en busca de tu casto beso,
con mi destino te encontrara muerta!



TERCERA LUNA

De un día para otro tu seno estacionado
-remanso con hoyuelo- ha empezado a crecer.
Cien veces me ha sufrido tu pudor agraviado,
y todavía, amiga, no lo puedo creer.


Ruidoso como un niño, mi buenhumor contrasta
con tu recogimiento de tímida perdiz;
y con el tono triste de tu reserva casta,
ruidosa como un niño, mi palabra feliz.


Así, mientras me pides con humilde protesta
para el secreto mutuo mayor intimidad,
yo quisiera vestirme con mi traje de fiesta
y salir a contarlo por toda la ciudad.



CUARTA LUNA

En su viejo carrito de dos ruedas
la moza trajo los bizcochos frescos;
te miró de reojo la cintura,
y se fue sonriendo.


Con la vasija para el vino tinto
salí tras ella en dirección al pueblo;
la alcancé en siete puertas, ¡y la pobre,
ya lo estaba diciendo!


Por la calle volví con un amigo
hablando solo del amor materno;
pero de pronto me quedé confuso:
¡se lo estaba diciendo!


Amiga, de qué valen tu recato
y mi palabra de guardar silencio.
si en ti ya lo descubren y yo mismo
a todos se lo cuento.


Sal a la puerta para ver la gente,
camina por el sol, ponte en el viento,
que lo que ha de venir para mi dicha
ya se te ve en el cuerpo.


Entregada al orgullo de mi brazo,
deja por fin la sombra de mi techo,
que a los ojos del cielo y de la tierra
será santo tu aspecto.


Y aunque pocos comprendan la grandeza
de lo que estás haciendo,
a la vista de todos, sin palabras,
te pasearé en el pueblo.


QUINTA LUNA

Con ojos de alfarero alucinado
sigo el cambio sin prisa de tus senos,
porque son como vasos milagrosos
que se levantan a un divino fuego.


Y en verdad que tu vientre primerizo,
ni blanco ni moreno,
calladamente se deforma en cántaro
a la presión contínua del misterio.


¡Ah, si me fuera dado referirte
lo inexplicable que en el alma siento,
y hacer de modo que tu angustia santa
se te vuelva alegría todo el tiempo!


Mujer, en el secreto de tu carne
es mi destino el que se está cumpliendo;
y por eso sonrío a tu sonrisa
y sufro sin querer tu sufrimiento.


Y soy como un pastor ante su tierra
-que mi tierra es tu cuerpo-
pastor que canta o que en la plaga llora
con los brazos abiertos.

Ah, poco a poco, como un niño triste,
de extraño mal me moriré en silencio,
si lo que llevas, que es mi propia viña,
te lo destruye el viento.



SEXTA LUNA

El mismo día que lo supe todo
con esta Biblia regresé del pueblo,
y la empezamos a leer felices
a la rojiza claridad del fuego.


(Lía la grácil y Raquel la hermosa;
la paloma y el cuervo;
cautivos pálidos, guerreros hoscos
y faraones negros.


Abisag y David. Jepthé llorando.
El Jordán y el Mar Muerto.
La voz de Dios en las llanuras calvas,
y un pueblo y otro pueblo).


Y he aquí que al entrar, como una luna,
en su sexta figura tu misterio,
leo el último salmo del profeta
y te contemplo ante el primer proverbio.


Ah, tú que tienes la suprema dicha
de llevarlo en el cuerpo:
aprende la palabra de los santos
y háblale luego con el pensamiento.


Cuéntale siempre este remoto drama;
háblale a solas de este antiguo ejemplo.
y deja que la arena de las horas
caiga sin ruido en el reloj del tiempo.


Así, sin esperarlo, ante tus ojos
blancos de fe, se detendrá el momento;
y en el alma tendrás recién oída
la voz del Evangelio.


Después, rama quebrada, con alivio
descansará tu cuerpo,
y al lado de la rama, el fruto hermoso
caído a tierra por la ley del viento.


Y ante los dos, como Melchor el mago,
mi corazón venido del desierto.



SÉPTIMA LUNA

Frente a frente en la mesa, que es un humilde altar,
hablamos en voz baja del que está por llegar.

Sobre la tinta verde del hule de la cena
la lámpara proyecta su tibia luna llena.

Y una penumbra suave refleja en toda cosa
la flor iluminada de su pantalla rosa.

Cortado del diario que nos llegó en el día,
el molde sufre el peso de la copa vacía.

Molde de camisita que en el papel conserva,
casi todo el dibujo de un pastor en la hierba.

¡Molde de camisita con una historia trunca,
y la palabra siempre, y la palabra nunca.!

Caído de tus manos, el ovillo de lana
estira hasta la puerta su purísima cana.

A tus pies duerme el perro, y a mi calor, liviano,
el libro recibido de un poeta lejano.

¡Libro de adolescente, libro desconocido,
en mis rodillas juntas, como un recién nacido!

Y he aquí que te digo: -Si tal es tu querer,
también, por tu alegría, yo lo espero mujer.

Pero que siempre sea dulce de condición;
no importa, amiga mía, si mujer o varón.

De modo que en sus manos, ya de José o de Marta,
el pan se subdivida y el vino se reparta.

Aunque después los otros, en un olvido cruel,
sirvan el pan sin ella o el buen vino sin él.

Así, sencillo y bueno, sencillo y sin fortuna,
será de los que tienen su símbolo en la luna.

Que la luna noctámbula, en su piedad remota,
es moneda de todos, y casi siempre rota.


OCTAVA LUNA

Ya no sales conmigo cuando parto
ni vienes a mi encuentro cuando llego.
Andas con tu rubor de cuarto en cuarto,
pájaro triste, animalito ciego!


Andas... Y santifica nuestra casa
la presencia de Dios en tu fatiga,
como hace grave nuestra cena escasa
la simple vestidura que te abriga.


Y al verte muda, vacilante, opresa,
siento en las manos un temblor divino,
que se acrecienta si al tender la mesa,
sobre el mantel se te derrama el vino.


Por eso adquiere en mi temor cristiano
un suceso común, hondo sentido:
la copa que se cae de tu mano
o el clavo que desgarra tu vestido.


Y a remorderme en esta vida nueva,
viene un recuerdo y otro del olvido:
la cría inerme que ultimé en la cueva
y la paloma que atrapé en el nido.


Y cada vez que tu aflicción callada
te deja en algún sitio recogida,
mis ojos ven en ti, transfigurada,
la liebre madre que maté dormida.



NOVENA LUNA

Dos cartas iguales escribí en la noche
para dos ausentes: tu madre y la mía.
Las madres salieron de distintos puntos
y llegaron juntas al caer el día.


Mi madre, del campo, con su cochecito;
la tuya, de lejos, en veloz carruaje;
una con mantillas que compró en el pueblo
y otra con un gorro que tejió en el viaje.


Llorando, en la puerta, me besó tu madre;
llorando y riendo me abrazó la mía;
y yo, como niño que no sabe nada,
lloraba con ellas o me sonreía.


Entraron a verte las dos madres juntas.
En la puerta, solo, me quedé parado.
Y esperé el suceso como si tuviera
que verlo en el fondo del camino andado.


Levantóse polvo. Vi en la nube un punto.
Vi en el punto un niño. vi en el niño un hombre.
La nube de polvo se elevó hasta el cielo.
Y alzando las manos pronuncié tu nombre.


VIGILIA

PALABRAS AL HIJO POR NACER

Hijo mio que esta en su seno, dormido
lo mismo que en un nido:
Antes que el beso fuerte
del sol te sobrecoja, y el aire te despierte;
antes que mi alegría venga a mirarte, loca,
y el pecho de la madre se desnude en tu boca,
y tu mirada nueva sin comprender se abra;
antes que te acunemos, escucha mi palabra:
-Hijo mio: sé bueno desde el principio, y manso,
asi como tu madre, que es el agua en descanso.
En tu labio sin mancha, todavía imprecisa,
para bien de mis años tráeme su sonrisa,
y en tu faz, derramado,
ese santo desvelo de su rostro ovalado.
Hijo mio: te quiero de corazón sencillo,
tal como el Pobrecillo.
No exhumes en tu pecho mi corazón de antaño,
retorcido y huraño,
que ante el milagro eterno de todo lo que existe,
es malo ser indócil y es pecado ser triste.
Hijo mio: en la tierra, que es prieta y polvorosa,
aquí y allá tus ojos hallaran una cosa
que por clara y humilde será tu preferida,
y con cuya pureza llevarás en la vida,
si varón tu pechera, y si mujer, tu enagua.
Esta cosa es el agua.
Hermanos de la misma son la sombra y el viento
y la arena y el fuego y el humo ceniciento:
cinco hermanos amigos del bien para los cuales
harás de tu alabanza cinco partes iguales;
mas, si a elegir te dieran entre los cinco hermanos,
quédate con la arena, que es suave entre las manos;
quédate con la sombra, porque a todos se humilla;
quédate con el humo, sólo porque no brilla.
Hijo mio: no digas Abominad, ni digas:
Obedeced; no agravies, no niegues, no maldigas;
discurre, anima, observa,
siempre con la dulzura del agua entre la hierba;
y sin seguir a Kempis ni aprobar a Tomás,
trata de ser sencillo, sencillo y nada más.

SU NOMBRE

Sin decidirte por el tuyo, suave,
ni por éste, tan dísono, que llevo,
alzaste al cielo tu mirada grave
como buscando en él un nombre nuevo.


Y suplicaste: -Quiero un nombre luz
que te recuerde ¡oh cielo! en su eufonía:
uno mas transparente que Jesús,
y que José, y que Marta, y que María.

Y estando él para llegar al mundo,
no hemos hallado el nombre todavía;
sólo sabemos que ha de ser profundo
y claro como el dia.



LA CUNA

Trajeron la cuna. Ligera,
la entró mi ruidosa alegría;
y solo con Dios en la espera,
me puse a mecerla vacía.


CUNA

Haz con tus propias manos
la cuna de tu hijo.
Que tu mujer te vea
cortar el paraíso.

Para colgar del techo,
como en los tiempos idos
que volverán un día.
Hazla como te digo.

Trabajarás de noche.
Que se oiga tu martillo.
"Estás haciendo la cuna"
que diga tu vecino.

Alguna vez la sangre
te manchará el anillo.
Que tu mujer la enjuague.
Que manche su vestido.

Las noches serán blancas,
de columpiado pino.
Harás según el árbol
la cuna de tu niño.

Para que tenga el sueño
en su oquedad de nido.
Para que tenga el ángel
en un oculto grillo.

La obra será tuya.
Verás que no es lo mismo.
Será como tus brazos
la cuna de tu hijo.

Se mecerá con aire.
Te acordarás del pino.
Dirás: "Duerme en mi cuna".
Verás que no es lo mismo.


(Poesías copiadas del libro GRACIA PLENA-1967-)




BIOGRAFÍA

José Pedroni: (1899 - 1968)


Poeta argentino. Nació en Gálvez, Provincia de Santa Fe en 1899 y murió en Esperanza Provincia de Santa Fe, en 1968. Sencillo, humano, accesible por su claridad fraterna, religioso en la intimidad o en el hogar, compañero de la naturaleza, cantor primitivo, honesto, revelador de un vitalismo de su propio mundo cotidiano.

Nació en Gálvez, provincia de Santa Fe, el 21 de septiembre de 1899. Era hijo de Gaspar Pedroni y de Felisa Fantino, ambos inmigrantes piamonteses. El escritor creció disfrutando de la paz del campo y rodeado de los nobles instrumentos de trabajo.

Pero la infancia de Pedroni fue también sufrida, ya que a la par de la escuela tuvo que trabajar con su padre como ayudante de albañil. Muchas de las imágenes que Pedroni fue registrando durante su niñez, serían el barro que luego utilizaría para construír sus versos.

En 1912 se radica en Rosario. Estudia en la Escuela Superior de Comercio y aprende inglés y francés. Por entonces comienza a publicar sus primeros trabajos en un diario de Gálvez.

Los años mozos de Pedroni transcurren en una Rosario convulsionada por movimientos obreros socialistas y anarquistas. En 1912 se produce el Grito de Alcorta, la primera huelga agraria del país. Años después cae asesinado el abogado Francisco Netri. Ese clima de virulencia social también influyó en la formación del poeta.

En 1916, José Pedroni obtiene el título de Bachiller y comienza a trabajar como tenedor de libros.

En 1918, por razones laborales, se traslada a San Carlos Norte y luego a Sa Pereira. Allí comienza a conocer la historia de los primeros colonos, historia que reproducirá en sus versos.

Trabajando como contador en la Casa de Ramos Generales de Alejo Chautemps, José Pedroni conoce a la que sería su esposa y compañera fiel: Elena Chautemps, con quien contrajo enlace el 26 de marzo de 1920.

Un año después, el 17 de marzo de 1921, nace su primer hijo, Omar Tulio. Ese mismo año, luego de recibir la baja como conscripto militar, Pedroni se traslada a Esperanza, donde se emplea en la Fábrica Nicolás Schneider, en la cual trabajó como contador durante 35 años.

En 1923 aparece su primer libro: “La gota de agua”. El debut fue impactante: Pedroni empezaba a mostrar una poesía distinta, por su sencillez y belleza, donde el protagonista principal es el hombre, el obrero, la mujer amada, los hijos y la tierra.

Dos años después, en 1925, sale a la calle “Gracia Plena”. La llegada del segundo hijo, José María, hizo que Pedroni le regalara a la posteridad varios de sus poemas más hermosos y recordados. “Gracia plena” fue un éxito literario.

El 13 de junio de 1926 se produce un hecho que será fundamental para Pedroni: en una nota aparecida en el diario “La Nación”, Leopoldo Lugones exalta la obra del poeta santafesino, a quien bautiza como “el hermano luminoso”.

En 1928 nace el tercer hijo de José Pedroni: Juan Carlos. En 1930, llega al mundo la única hija del poeta: Ana María, hoy radicada en Guatemala.

Los conceptos elogiosos de Lugones hacia el poeta, terminaron convirtiéndose en una pesada carga, a punto tal que debieron pasar diez años para que aparezca el libro sucesor de “Gracia Plena”: “Poemas y palabras”. En 1937 José Pedroni publica “Diez mujeres”.

En 1941, “El pan nuestro”. Y en 1944, “Nueve cantos”. Hasta que en 1956, luego de varios años de espera, aparece la que para muchos fue su obra cumbre: “Monsieur Jaquín”. Este libro es un homenaje a los primeros inmigrantes que trabajaron la tierra, especialmente a los fundadores de la Primera Colonia Agrícola Organizada del país: Esperanza.

En 1959, el escritor funda en Esperanza el Teatro de Títeres “Pedro Pedrito”, con la colaboración de otro gran artista: Ricardo Borla.

En mayo de 1960 se publica “Cantos del hombre”.

En ese trabajo, Pedroni recuerda a unas islas a las que Yupanqui llamaría después “la hermanita perdida”.

En diciembre del mismo año aparece “Canto a Cuba”. Estos versos, en los que Pedroni refleja admiración por aquellos barbudos que intentaban parir un mundo nuevo, hicieron que muchos intentaran encasillarlo ideológicamente.

En 1961 le sigue “La hoja voladora” y en 1963, el que sería su último libro: “El nivel y su lágrima”.

Pedroni siguió escribiendo hasta sus últimos días. En ocasión de inaugurarse el Velódromo Municipal de Esperanza, se le pidió un poema alusivo. Así nace “La bicicleta con alas”. Fue casi una despedida. El 4 de febrero de 1968, José Pedroni voló hacia otros mundos en Mar del Plata, lejos de Esperanza, su tierra amada.

Una vez le preguntaron a Pedroni para quién escribía, si para todos o para sí mismo. Él contestó tajantemente que el que escribe para todos no escribe para nadie, y el que escribe para sí ha elegido el peor interlocutor, ya que a la gente no le interesan las tribulaciones personales de un poeta.

La poesía de Pedroni apunta, como a él le gustaba decir, al corazón del hombre. Quizás eso explique la vigencia de su obra.

OBRA:

La gota de agua (Buenos Aires 1923), Gracia plena (Buenos Aires, 1925),
Poemas y palabras (Buenos Aires, 1935), Diez mujeres, romances
(Buenos Aires, 1941, 2da.Ed., 1945), Nuevos cantos (Buenos Aires, 1944),
Canto a Cuba (Buenos Aires, 1960), Cantos del hombre libre
(Santa Fe, Argentina, 1960), La hoja voladora (Buenos Aires, 1961),
El nivel y su lágrima (Santa Fe, 1963), Obra poética
(Rosario, Argentina, 1962, 2 vols.).


Tomada de:

http://www.pampagringa.com.ar/BIOGRAFIAS/PEDRONI/pedroni.htm


LA GOTA DE AGUA

Oh gota musical que se separa
de la inmortalidad y oye mi oído
caer continuamente en el olvido
de mi honda penumbra, oh gota clara!

Una estrofilla de infantil dulzura,
sólo en la fuente alguna vez oída,
me ejecuta en el alma la caída
inmaterial de aquella gota pura.

De un agua fresca como cisterna,
mi pozo espiritual colma la gota;
y sin querer tengo una voz remota
y a todas horas la mirada tierna.

Oh gota de agua dulce que te estancas
en mi profundidad, de cuyo hueco
interminable sube un eco
que es como un vuelo de palabras blancas.

Oh gota musical que me deparas
el milagro ideal de tu caída,
cáeme siempre, siempre, que mi vida
vive en el canto de tus notas claras.




CONFIDENCIA

En fragante mudanza el limonero
destaca tu rubor.
Tú no sabes, amiga, pero hueles
a limonero en flor.
En un tronco caído una avecilla
le hizo casa al amor.
Tú no sabes, amiga, pero anidas
lo mismo en mi dolor.
Del arroyo una fría pedrezuela
me trajo el pescador.
Guardé la piedra en mi cerrada mano,
y sentí su frescor.
La harina del molino me empolva el alma
la harina de tu amor.
En el monte encontramos uva crespa
y una flor y otra flor;
Cada flor con tu aroma y cada uva
con tu mismo sabor.
Con su fresco algodón venda la piedra
el musgo trepador.
También es como el musgo tu ternura
en mi piedra interior.
Por el camino baja suavemente
un lugareño son.
Así también, amiga, tu palabra
baja a mi corazón.




CUANDO ME VES ASI

Cuando me ves así, con estos ojos
que no quieren mirarte,
es que al oírte hablar pienso en la lluvia
sin dejar de escucharte.

Porque tu voz, amiga, como el agua
rumorea el amor,
y pensando en la lluvia me parece mejor
que te escucho mejor.

Cuando me ves así, con estos ojos
que te miran sin verte,
es que a través de ti miro a mi sueño,
sin dejar de quererte.

Porque en tu suave transparencia tengo
un milagroso tul,
con el cual, para dicha de mis ojos,
todo lo veo azul.




ENTREMOS

Esta es nuestra casa.
Entremos.
Para ti la hice
como un libro nuevo,
mirando, mirando,
como la hace el hornero,

Tuya es esta puerta;
tuyo este antepecho,
y tuyo este patio
con su limonero.

Tuya esta solana
donde en el invierno
pensará en tus párpados
tu adormecimiento.

Tuyo este emparrado
que al ligero viento
moverá sus sombras
sobre tu silencio.

Tuyo este hogar hondo
que reclama el leño
para alzarte en humo,
para amarte en fuego.

Tuya esta escalera
por la cual, sin término,
subirás mi nombre,
bajaré mis versos.

Y tuya esta alcoba
de callado techo,
donde, siempre novios,
nos encontraremos.

Esta es nuestra casa.
¡Hazme el primer fuego!




CUNA

Haz con tus propias manos
la cuna de tu hijo.
Que tu mujer te vea
cortar el paraíso.

Para colgar del techo,
como en los tiempos idos
que volverán un día.
Hazla como te digo.

Trabajarás de noche.
Que se oiga tu martillo.
"Estás haciendo la cuna"
que diga tu vecino.

Alguna vez la sangre
te manchará el anillo.
Que tu mujer la enjuague.
Que manche su vestido.

Las noches serán blancas,
de columpiado pino.
Harás según el árbol
la cuna de tu niño.

Para que tenga el sueño
en su oquedad de nido.
Para que tenga el ángel
en un oculto grillo.

La obra será tuya.
Verás que no es lo mismo.
Será como tus brazos
la cuna de tu hijo.

Se mecerá con aire.
Te acordarás del pino.
Dirás: "Duerme en mi cuna".
Verás que no es lo mismo.

EL GRILLO

Un grillo manso que te quiere, amiga,
Y que en quererte vanamente insiste,
Cada vez que el silencio rehace
Te silabea su reclamo triste.

Abre los ojos. No te duermas. Ponte
Bien cerca, amiga, de mi pecho añoso;
Y así, callados, escuchemos juntos
La campanita del cri-cri amoroso

Entre las gentes del camino, siempre
Un hombre humilde me propongo ser,
Como el grillito que te quiere tanto
Y que te canta sin dejarse ver.













22 de julio de 2009

Testamento de Benedetti





Yo...con la salud algo
quebrantada
y no se si recuperable,
dejo a mi segunda mujer
mis brazos y mis piernas,
en recuerdo de que con
unos y con otras la abarqué y la ceñí,
la incorporé a mi territorio,
la gocé y logré que me gozara.
También le dejo mis rabietas de verdugo
y mis caricias de arrepentido;
mis hoscas vigilias y mis nocturnos de
minucioso amador;
la melancolía que me provocan
sus ausencias y el cielo abierto
que acompañan sus regresos;
la garantía de saberla dormida a mi lado
y la certeza de que velará mi último
sueño.
Yo..dejo también una
canción cadenciosa y pegadiza
que mi madre cantaba en la cocina mientras revolvía
el dulce de leche casero;
dejo un cristal con lluvia
que me ponía alegremente melancólico;
dejo un insomnio con luna creciente
y dos estrellas;
dejo la campanilla con la que llamaba
a la esquiva buena suerte;
dejo una tijerita de acero inoxidable
con la que, a través de los años,
me fui cortando tres o cuatro tipos de bigote;
dejo el cenicero de Murano que recogió
sin inmutarse las cenizas de mis frustraciones;
dejo todos mis apodos
y mis remordimientos clandestinos;
dejo una ficha de ruleta para que alguien
la apueste al treinta y dos;
dejo el relámpago de la memoria
que a veces ilumina los baldíos de mi conciencia;
dejo el cuaderno tabaré cuadriculado
donde fui anotando mis vagos presentimientos;
dejo un ejemplar del Quijote en
papel biblia
con notas al margen que testimonian
mi aburrida admiración;
dejo los gemelos de oro que me regalaron
para mi segunda boda y que nunca estrené pues
uso camisas de manga corta;
dejo la cadenita de mi pobre perro
que murió hace tres años porque
no supo soportar su viudez;
dejo un encuadernado ejemplar de la
oda al carajo, única obra maestra del
ubicuo bandolero que escribió
nuestro himno y el de Paraguay;
dejo el antiguo calzador de mango largo
que uso en mis temporadas de lumbago;
dejo mi valiosa colección de arrugadas expectativas;
dejo un cajoncito de cartas recibidas y otro cajoncito
con copias de las cartas que no me contestaron;
dejo un termómetro enigmático y maravilloso
porque siempre nos fue imposible leer en él
la temperatura nuestra de cada día;
dejo la acogedora sonrisa de la preciosa
pero intocable mujer de un amigo
que es campeón de karate;
dejo el único piojo solitario,
anacoreta, que ingresó hace doce años
en mi geografía corporal
y al que ultimé sin la menor piedad ecologista;
dejo un plano muy bonito de Montevideo,
recuerdo de una época poscolonial y premoon;
dejo mi horóscopo, con sus pronósticos
nunca confirmados; dejo un papel secante
con la firma (invertida) de un ministro del ramo;
dejo un caracol gigante,
recogido en una playa oceánica
que antes de expirar me miró
con la tristeza de su odio salado;
dejo una antena de TV, que sólo aportó
inéditos fantasmas a mi pantalla;
dejo las ojeras de mi hipocondría y
los ardides de mi falso olvido;
dejo un decilitro de ola atlántica
que guardo en un frasco
verdiazul para que no extrañe;
dejo un sueño erótico y su verdad desnuda,
por cierto inalcanzable en la arropada vigilia;
dejo una bofetada femenina, injusta y perfumada;
dejo una patria
sin himno ni bandera
pero con cielo y suelo;
dejo la culpa que no tuve y la que tuve,
ya que después de todo son mellizas;
dejo mi brújula con la advertencia
de que el norte es el sur y viceversa;
dejo mi calle y su empedrado;
dejo mi esquina y su sorpresa;
dejo mi puerta con sus cuatro llaves;
dejo mi umbral con tus pisadas tenues;
dejo por fin mi
dejadez.


MARIO
BENEDETTI





10 de julio de 2009

EL LIBRO DE ARENA

JORGE LUIS BORGES



Vincent van Gogh


"El libro de arena"

...thy rope of sands...
George Herbert (1593-1623)


La línea consta de un número infinito de puntos; el plano, de un número infinito de líneas; el volumen, de un número infinito de planos; el hipervolumen, de un número infinito de volúmenes... No, decididamente no es éste, more geométrico, el mejor modo de iniciar mi relato. Afirmar que es verídico es ahora una convención de todo relato fantástico; el mío, sin embargo, es verídico.

Yo vivo solo, en un cuarto piso de la calle Belgrano. Hará unos meses, al atardecer, oí un golpe en la puerta. Abrí y entró un desconocido. Era un hombre alto, de rasgos desdibujados. Acaso mi miopía los vio así. Todo su aspecto era de pobreza decente.
Estaba de gris y traía una valija gris en la mano. En seguida sentí que era extranjero.

Al principio lo creí viejo; luego advertí que me había engañado su escaso pelo rubio, casi blanco, a la manera escandinava. En el curso de nuestra conversación, que no duraría una hora, supe que procedía de las Orcadas.

Le señalé una silla. El hombre tardó un rato en hablar. Exhalaba melancolía, como yo ahora.

-Vendo biblias -me dijo.
No sin pedantería le contesté:
-En esta casa hay algunas biblias inglesas, incluso la primera, la de John Wiclif.
Tengo asimismo la de Cipriano de Valera, la de Lutero, que literariamente es la peor, y un ejemplar latino de la Vulgata. Como usted ve, no son precisamente biblias lo que me falta.
Al cabo de un silencio me contestó:
-No sólo vendo biblias. Puedo mostrarle un libro sagrado que tal vez le interese. Lo adquirí en los confines de Bikanir.

Abrió la valija y lo dejó sobre la mesa. Era un volumen en octavo, encuadernado en tela. Sin duda había pasado por muchas manos. Lo examiné; su inusitado peso me sorprendió. En el lomo decía Holy Writ y abajo Bombay.
-Será del siglo diecinueve -observé.
-No sé. No lo he sabido nunca -fue la respuesta.
Lo abrí al azar. Los caracteres me eran extraños. Las páginas, que me parecieron gastadas y de pobre tipografía, estaban impresas a dos columnas a la manera de una biblia. El texto era apretado y estaba ordenado en versículos. En el ángulo superior de las páginas había cifras arábigas. Me llamó la atención que la página par llevara el número (digamos) 40.514 y la impar, la siguiente, 999. La volví; el dorso estaba numerado con ocho cifras. Llevaba una pequeña ilustración, como es de uso en los diccionarios: un ancla dibujada a la pluma, como por la torpe mano de un niño.

Fue entonces que el desconocido me dijo:
-Mírela bien. Ya no la verá nunca más.
Había una amenaza en la afirmación, pero no en la voz.
Me fijé en el lugar y cerré el volumen. Inmediatamente lo abrí.
En vano busqué la figura del ancla, hoja tras hoja. Para ocultar mi desconcierto, le dije:
-Se trata de una versión de la Escritura en alguna lengua indostánica, ¿no es verdad?
-No -me replicó.
Luego bajó la voz como para confiarme un secreto:
-Lo adquirí en un pueblo de la llanura, a cambio de unas rupias y de la Biblia. Su poseedor no sabía leer. Sospecho que en el Libro de los Libros vio un amuleto. Era de la casta más baja; la gente no podía pisar su sombra, sin contaminación. Me dijo que su libro se llamaba el Libro de Arena, porque ni el libro ni la arena tienen principio ni fin.

Me pidió que buscara la primera hoja.
Apoyé la mano izquierda sobre la portada y abrí con el dedo pulgar casi pegado al índice. Todo fue inútil: siempre se interponían varias hojas entre la portada y la mano. Era como si brotaran del libro.
-Ahora busque el final.
También fracasé; apenas logré balbucear con una voz que no era la mía:
-Esto no puede ser.
Siempre en voz baja el vendedor de biblias me dijo:
-No puede ser, pero es. El número de páginas de este libro es exactamente infinito.
Ninguna es la primera; ninguna, la última. No sé por qué están numeradas de ese modo arbitrario. Acaso para dar a entender que los términos de una serie infinita aceptan cualquier número.
Después, como si pensara en voz alta:
-Si el espacio es infinito estamos en cualquier punto del espacio. Si el tiempo es infinito estamos en cualquier punto del tiempo.

Sus consideraciones me irritaron. Le pregunté:
-¿Usted es religioso, sin duda?
-Sí, soy presbiteriano. Mi conciencia está clara. Estoy seguro de no haber estafado al nativo cuando le di la Palabra del Señor a trueque de su libro diabólico.
Le aseguré que nada tenía que reprocharse, y le pregunté si estaba de paso por estas tierras. Me respondió que dentro de unos días pensaba regresar a su patria. Fue entonces cuando supe que era escocés, de las islas Orcadas. Le dije que a Escocia yo la quería personalmente por el amor de Stevenson y de Hume.
-Y de Robbie Burns -corrigió.

Mientras hablábamos, yo seguía explorando el libro infinito. Con falsa indiferencia le pregunté:
-¿Usted se propone ofrecer este curioso espécimen al Museo Británico?
-No. Se le ofrezco a usted -me replicó, y fijó una suma elevada.
Le respondí, con toda verdad, que esa suma era inaccesible para mí y me quedé pensando. Al cabo de unos pocos minutos había urdido mi plan.
-Le propongo un canje -le dije-. Usted obtuvo este volumen por unas rupias y por la
Escritura Sagrada; yo le ofrezco el monto de mi jubilación, que acabo de cobrar, y la Biblia de Wiclif en letra gótica. La heredé de mis padres.
-A black letter Wiclif! -murmuró.

Fui a mi dormitorio y le traje el dinero y el libro. Volvió las hojas y estudió la carátula con fervor de bibliófilo.
-Trato hecho -me dijo.
Me asombró que no regateara. Sólo después comprendería que había entrado en mi casa con la decisión de vender el libro. No contó los billetes, y los guardó.
Hablamos de la India, de las Orcadas y de los jarls noruegos que las rigieron. Era de noche cuando el hombre se fue. No he vuelto a verlo ni sé su nombre.

Pensé guardar el Libro de Arena en el hueco que había dejado el Wiclif, pero opté al fin por esconderlo detrás de unos volúmenes descalabrados de Las mil y una noches.
Me acosté y no dormí. A las tres o cuatro de la mañana prendí la luz. Busqué el libro imposible, y volví las hojas. En una de ellas vi grabada una máscara. En ángulo llevaba una cifra, ya no sé cuál, elevada a la novena potencia.

No mostré a nadie mi tesoro. A la dicha de poseerlo se agregó el temor de que lo robaran, y después el recelo de que no fuera verdaderamente infinito. Esas dos inquietudes agravaron mi ya vieja misantropía.
Me quedaban unos amigos; dejé de verlos. Prisionero del Libro, casi no me asomaba a la calle. Examiné con una lupa el gastado lomo y las tapas, y rechacé la posibilidad de algún artificio. Comprobé que las pequeñas ilustraciones distaban dos mil páginas una de otra. Las fui anotando en una libreta alfabética, que no tardé en llenar.

Nunca se repitieron. De noche, en los escasos intervalos que me concedía el insomnio, soñaba con el libro.
Declinaba el verano, y comprendí que el libro era monstruoso. De nada me sirvió considerar que no menos monstruoso era yo, que lo percibía con ojos y lo palpaba con diez dedos con uñas. Sentí que era un objeto de pesadilla, una cosa obscena que infamaba y corrompía la realidad.
Pensé en el fuego, pero temí que la combustión de un libro infinito fuera parejamente infinita y sofocara de humo al planeta.

Recordé haber leído que el mejor lugar para ocultar una hoja es un bosque. Antes de jubilarme trabajaba en la Biblioteca Nacional, que guarda novecientos mil libros; sé que a mano derecha del vestíbulo una escalera curva se hunde en el sótano, donde están los periódicos y los mapas. Aproveché un descuido de los empleados para perder el Libro de Arena en uno de los húmedos anaqueles. Traté de no fijarme a qué altura ni a qué distancia de la puerta.

Siento un poco de alivio, pero no quiero ni pasar por la calle México.



El libro de arena es un cuento perteneciente al libro homónimo del escritor argentino Jorge Luis Borges.

Se trata del último cuento de ese volumen; en esta narración Borges retoma tópicos desarrollados en cuentos anteriores. En particular, El libro de arena parece ser en muchos aspectos una reescritura de La biblioteca de Babel. Si en aquel cuento Borges describía una biblioteca infinita, poblada por infinitos libros que contenían infinitas veces todos los textos posibles, en este cuento esa fantasía se expresa en un único libro. En la nota final de La biblioteca de Babel, Borges anticipa este cuento.


Jorge Luis Borges,nace en Buenos Aires el 24 de agosto de 1899
Murió el 14 de junio de 1986 en Ginebra.

Su obra es profusa. Destacan en ella : Poesía, Poemas (1923/43),
El hacedor (1960), La rosa profunda (1975), Los Conjurados (1985); Ensayos, Evaristo Carriego (1930), Otras inquisiciones (1952); Cuentos, El jardín de los senderos que se bifurcan (1941), El libro de los seres imaginarios (1968), Atlas (1985) y en colaboración con Bioy Casares, Seis problemas para don Isidro Parodi (1942) y Nuevos cuentos de Bustos Domecq (1977).







7 de julio de 2009

DÍA DE LA INDEPENDENCIA

9 DE JULIO 1816-2009



DÍA DE LA INDEPENDENCIA ARGENTINA

Los principales objetivos del Congreso de Tucumán fueron declarar la independencia y establecer un régimen de gobierno.

El 9 de julio de 1816, el Congreso de Tucumán resolvió tratar la Declaración de la Independencia. Presidía la sesión el diputado por San Juan, Juan Francisco Narciso de Laprida.

El secretario Juan José Paso leyó la propuesta y preguntó a los congresales:
"si querían que las Provincias de la Unión fuesen una nación libre e independiente de los reyes de España y su metrópoli".
Los diputados aprobaron por aclamación y luego, uno a uno expresaron su voto afirmativo.
Acto seguido, firmaron el Acta de la Independencia.



La fórmula del juramento que debían prestar los diputados y las instituciones :

"Juráis por Dios Nuestro Señor y esta señal de cruz, promover y defender la libertad de las provincias unidas en Sud América, y su independencia del Rey de España, Fernando VII, sus sucesores y metrópoli, y toda otra dominación extranjera?
¿Juráis a Dios Nuestro Señor y prometéis a la patria, el sostén de estos derechos hasta con la vida, haberes y fama ?
Si así lo hiciereis Dios os ayude, y si no, El y la Patria os hagan cargo."


VAMOS CAMINO AL BICENTENARIO
_1816-2016


¡FELIZ ANIVERSARIO!